Madrugada

Sé que no me leerás; nunca lo haces y esta no será una excepción. Pero de todos modos quiero escribirte, porque siento que es la única forma de drenar el sinfín de emociones que aún me haces sentir. Te sigo escribiendo en las madrugadas, esas que tomábamos para conversar hasta que el cansancio se apoderaba de nuestros cuerpos; esas en las que reíamos por cualquier tontería. En las que tu voz cansada al otro lado de la línea me reconfortaba… aún recuerdo tus dulces palabras; esas a las que yo respondía con las mejillas sonrojadas y los ojos perdidos en las estrellas, esperando algún día poder admirar el cielo nocturno a tu lado. Aún recuerdo tus ruidos raros, esos que tanto me hacían sonreír; también recuerdo las veces en que te dormías antes que yo, y tenía la oportunidad de escuchar tu pesada respiración. No me permito olvidar esas ocasiones en que estando triste, destrozada y agotada, tú lograste hacerme olvidar todo lo malo que me rodeaba. Tampoco olvido la vez en que nerviosa te dije lo mucho que me gustabas… pero fue doloroso no recibir la respuesta que esperaba. ¿Cómo olvidar tus promesas? Esas de que no me dejarías caer, que no te aburrirías de mí como el resto lo hizo. No te culpo por no haberlas cumplido, pero en un punto las había creído. Me dolió muchísimo la forma en la que nos fuimos alejando… y te confieso que lloré cada noche; que te extrañé cada tarde, que esperé tus mensajes cada mañana. No te niego que yo también cargo con algo de remordimiento, y que me arrepiento muchísimo de no haber hecho y dicho varias cosas… pero, ¿sabes algo? Aún estoy aquí, y si quieres volver a lo que teníamos, aunque sea por una noche, te esperaré… porque te juro que nunca quise en la forma en que te quiero. Nunca extrañé en la forma en que te extraño. Nunca anhelé tanto conquistar el corazón de alguien, aún sabiendo que no sería correspondida. Nunca los recuerdos me hicieron tanto daño, nunca las madrugadas me pesaron de la forma en que me están pesando desde que te fuiste.